LAS MONARQUÍAS
CAPÍTULO III
MT.
MURCHISON, DE ARCATA, CONDADO DE HUMBOLT
Como casi todo el mundo sabe,
los zahoríes son aquellos individuos que ataviados de una varita de avellano,
que es madera sensible y delicada, en forma de horquilla, detectan por
vibraciones electromagnéticas (fuerza rhábdica) los tesoros enterrados por
muchos y variopintos motivos.
Y éstos van, por citar algunos, desde oro y joyas, restos
prehistóricos, utensilios romanos y agua,
hasta bombas olvidadas de la guerra civil o el cadáver de algún pobre infeliz
asesinado.
Agostiño debía rozar la cincuentena y llevaba
ya cinco años divorciado. Sin hijos. De estatura media, pelo ralo y barrigón. Debió ser, no obstante, un hombre
en su juventud atractivo. Tenía los ojos claros y sempiterna sonrisa en los
labios.
A la sazón Agostiño estaba en
el paro. Sazón que duraba ya tres largos años.
La crisis, ya se sabe.
En España, la fiebre de
excavacionismo, tan en boga en otros tiempos, ahora apenas se practica, no
sabemos si por falta de dinero o interés cultural.
Nadie le mandaba a Agostiño buscar
agua, ni tesoros, ni cadáveres ni nada.
A Agostiño, sólo, y muy de vez en cuando, le salía algún trabajillo
menor como buscar unas llaves perdidas o alguna que otra alhaja con valor sentimental.
Escaso pues de dinero, mal
comía cuando no visitaba a sus padres a la hora del almuerzo, o, igualmente de
gañote, iba con este o aquel amigo o pariente.
Serían las tres de la tarde
cuando mi cuñado llamó por teléfono a Agostiño. Éste estaba en modo ahorro, (La
crisis, ya se sabe) es decir, durmiendo la siesta en el sofá.
Tras el sexto tono, estiró el brazo y descolgó el teléfono sin
abrir los ojos.
-
¿El señor
Agostiño Loureiro Loureiro? – dijo mi cuñado al otro lado del hilo
-
¿Quién…? Ah, sí.
Dígame.
-
Después de dar su
nombre, mi cuñado, añadió:
-
He oído hablar
mucho y bien de usted a un amigo en común, y quisiera contratar sus servicios como
zahorí si…
-
¿Mis servicios? –
exclamó Agostiño saliendo de su letargo – Un
momento…
Agostiño se incorporó en sofá
con agilidad impropia para su corpulencia.
Luego carraspeó varias veces para aclarar la
voz. No quería parecer ansioso ni mostrar desmedido interés por la oferta de
trabajo que pudiera hacerle mi cuñado. Y nadie como él para dar esa imagen de fingida
indiferencia.
-
¿No llamará usted
de parte de la National Aeronautics
And Space Administration? – dijo, como quien no quiere la cosa
-
No, no señor –
dijo mi cuñado tímidamente. Yo…
-
Y yo – atajó
Agostiño desoyendo a mi cuñado en un tono pretendidamente grave - ya les he dicho una y mil veces que no iré a
explorar pozos de agua a la luna si éstos, a su descubrimiento, no se inscriben
como copropiedad de los Estados Unidos de America y la Junta de Extremadura, o
viceversa. Y así mismo se lo puede usted decir a su presidente T.J. Murchinson.
¿Conce usted personalmente al señor
Murchinson?
Mi cuñado, un tanto anonadado
por las palabras de Agostiño, tardó en responder.
-
¿Se… refiere a
los Murchinson de Arlington, Kentucky? –
dijo mi cuñado, que tampoco se andaba por las ramas a la hora de hacer alardes.
-
No. De Arcata. –
repuso Agostiño
-
¿De Kentucky?
-
No. De Arcata, de
Humboldt
-
De Humboldt…, de
Humboldt…no, no me suena. Lo siento.
-
¿Pero al menos, supongo,
habrá oído hablar de él?
-
Pues no,
francamente
-
Un hombre
importante.
-
Si es el
administrador jefe de la NASA ,
lo debe ser, sí.
-
Pero una cruz, créame, ¡una cruz! No podría
decirle las veces que me ha telefoneado. Qué pesado con que forme parte su
proyecto Water Jet. Que si eso me daría mucho prestigio. Como si yo necesitara más notoriedad. ¡Por Dios Santo!
Que si mi propuesta de copropiedad de los pozos debe aprobarse primero en el
Congreso de los Estados Unidos. Que si
viajar a la luna no es moco de pavo. Esto del moco de pavo es una traducción
libre que hice yo del inglés del señor Murchinson, ¿comprende?
-
Comprendo
-
Que si puedo ganarme un buen dinerito. Que si…, en fin, que si patatín, que si patatán, ya sabe como son estos americanos. Pero…, lo
que yo digo, ir a la luna ya no es lo que era, ¿verdad, usted?
-
Ni mucho menos –
dijo mi cuñado sorprendido por la perorata de Agostiño
-
No me extrañaría
que cualquier día de estos me llamara Obama.
-
Lo más probable,
sí. Cuando a los americanos se les mete algo entre ceja y ceja…
-
El señor
Murchinson aún debe de estar tirándose de los pelos por mostrarse tan
intransigente la primera vez que hablamos.
-
¿Y eso?
-
Fíjese que la primera vez que me llamó y me propuso
ir a la luna buscar yacimientos de agua, me cogió de buenas y acepté. Pero,
inmediatamente a continuación, va y me
suelta que aquella misma tarde un F-16
GTI procedente de la base naval de Rota, me recogería en el aeropuerto de
Badajoz a las 18 PM y me llevaría a Cabo Cañaveral. A lo que le respondí: Para el carro,
Murchinson. Hasta dentro de una semana
no puedo partir. Tengo un compromiso ineludible en Cachorrilla. ¿Conoce usted
Cachorrilla?
-
¿Me lo pregunta a mi?
-
Sí, a usted
-
Pues…,
lamentablemente, no
-
Está junto a
Pescueza. ¿Conoce usted Pescueza?
-
No, no; tampoco.
-
Hay que viajar
más, amigo mío. Extremadura es muy hermosa. Si alguna vez desea hacer un viaje
inolvidable, no olvide visitar la campiña extremeña. Puro descubrimiento. Bueno, como le iba diciendo. Yo soy persona
muy cumplidora, y cuando me comprometo con alguien, jamás incumplo mi palabra. ¡Jamás!
¡Me oye usted, jamás! Salvo en aquellas contadas ocasiones que…, bueno, qué
importa. En cualquier caso, como le decía,
y a poco que pude entender en el inglés macarrónico del señor Murchison, el delayer del flay tu de mun, era
imposibol. A lo que se ve ya tenían preparado hasta los bocadillos para la tripulación del flay.
-
Comprendo.
-
En fin, espero
que el Congreso de los Estados Unidos apruebe uno de estos días la copropiedad de los pozos que yo pueda descubrir en la
luna. Y que se den prisita, no vaya a ser que impongas nuevas condiciones. Mientras
tanto... Pero dígame, en qué puedo servirle.
Impresionado por lo acababa
de contarle Agostiño, mi cuñado temió que desestimara el trabajo que iba a
ofrecerle por irrelevante.
Pero como no es mi cuñado
persona que se arredre fácilmente, después de dos horas de largas de negociaciones,
de tiras y aflojas, consiguió, no sin
bien expresados argumentos y alguna que otra promesa, que Agostiño aceptara el
encargo a cambio de vivienda y manutención.
Mi cuñado es un hombre dotado de un innato
poder de seducción, lo que no hace mucho
se llamaba vulgarmente come tarros, uno de esos tipos capaces de sugestionar al
más pintado, sea por pura simpatía o mimetismo con las ideas de la persona que
trata de convencer.
Un encantador de serpientes,
como ya dijimos. Al punto que, habiéndose arruinado en varias ocasiones, y estar
su nombre en mayúsculas en todos los ficheros de morosos, es capaz de conseguir
un nuevo préstamo bancario. Que por deber dinero, mi cuñado debe incluso a los propios cobradores del
frac.
Así pues, a los dos días
quedaron citados a las cinco en punto de la tarde en la plaza Mayor de
Trijuque, en el bar La Jewellery Of
The Tapa.
Y aquí lo dejo por hoy,
rogándoles, si me han leído, mantengan, a pesar de todo, su afición por la lectura, que no es poco
pedir.
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