viernes, 10 de octubre de 2014


                                          LAS MONARQUÍAS
                          
                                             CAPÍTULO III

MT. MURCHISON, DE ARCATA, CONDADO DE HUMBOLT

Como casi todo el mundo sabe, los zahoríes son aquellos individuos que ataviados de una varita de avellano, que es madera sensible y delicada, en forma de horquilla, detectan por vibraciones electromagnéticas (fuerza rhábdica) los tesoros enterrados por muchos y variopintos motivos.

 Y éstos van,  por citar algunos, desde oro y joyas, restos prehistóricos, utensilios romanos y agua,  hasta bombas olvidadas de la guerra civil o el cadáver de algún pobre infeliz asesinado.

 Agostiño debía rozar la cincuentena y llevaba ya cinco años divorciado. Sin hijos. De estatura media, pelo ralo  y barrigón. Debió ser, no obstante, un hombre en su juventud atractivo. Tenía los ojos claros y sempiterna sonrisa en los labios.

A la sazón Agostiño estaba en el paro. Sazón que duraba ya tres largos años.

 La crisis, ya se sabe.

En España, la fiebre de excavacionismo, tan en boga en otros tiempos, ahora apenas se practica, no sabemos si por falta de dinero o interés cultural.

Nadie le mandaba a Agostiño buscar agua, ni tesoros, ni cadáveres ni nada.  A Agostiño, sólo, y muy de vez en cuando, le salía algún trabajillo menor como buscar unas llaves perdidas o alguna que otra alhaja  con valor sentimental.

Escaso pues de dinero, mal comía cuando no visitaba a sus padres a la hora del almuerzo, o, igualmente de gañote, iba con este o aquel amigo o pariente.


Serían las tres de la tarde cuando mi cuñado llamó por teléfono a Agostiño. Éste estaba en modo ahorro, (La crisis, ya se sabe) es decir, durmiendo la siesta en el sofá.

Tras el sexto tono,  estiró el brazo y descolgó el teléfono sin abrir los ojos.


-          ¿El señor Agostiño Loureiro Loureiro? – dijo mi cuñado al otro lado del hilo
-          ¿Quién…? Ah, sí. Dígame.
-           
Después de dar su nombre,  mi cuñado, añadió:

-          He oído hablar mucho y bien de usted a un amigo en común, y quisiera contratar sus servicios como zahorí si…
-          ¿Mis servicios? – exclamó Agostiño saliendo de su letargo –   Un momento…

Agostiño se incorporó en sofá con agilidad impropia para su corpulencia.

 Luego carraspeó varias veces para aclarar la voz. No quería parecer ansioso ni mostrar desmedido interés por la oferta de trabajo que pudiera hacerle mi cuñado. Y nadie como él para dar esa imagen de fingida indiferencia.

-          ¿No llamará usted de parte de la National Aeronautics And Space Administration? – dijo, como quien no quiere la cosa
-          No, no señor – dijo mi cuñado tímidamente. Yo…
-          Y yo – atajó Agostiño desoyendo a mi cuñado en un tono pretendidamente grave -  ya les he dicho una y mil veces que no iré a explorar pozos de agua a la luna si éstos, a su descubrimiento, no se inscriben como copropiedad de los Estados Unidos de America y la Junta de Extremadura, o viceversa. Y así mismo se lo puede usted decir a su presidente T.J. Murchinson.  ¿Conce usted personalmente al señor Murchinson?

Mi cuñado, un tanto anonadado por las palabras de Agostiño, tardó en responder.

-          ¿Se… refiere a los Murchinson  de Arlington, Kentucky? – dijo mi cuñado, que tampoco se andaba por las ramas a la hora de hacer alardes.
-          No. De Arcata. – repuso Agostiño
-          ¿De Kentucky?
-          No. De Arcata, de Humboldt
-          De Humboldt…, de Humboldt…no, no me suena. Lo siento.
-          ¿Pero al menos, supongo, habrá oído hablar de él?
-          Pues no, francamente
-          Un hombre importante.
-          Si es el administrador jefe de la NASA, lo debe ser, sí.
-           Pero una cruz, créame, ¡una cruz! No podría decirle las veces que me ha telefoneado. Qué pesado con que forme parte su proyecto Water Jet. Que si eso me daría mucho prestigio. Como si yo  necesitara más notoriedad. ¡Por Dios Santo! Que si mi propuesta de copropiedad de los pozos debe aprobarse primero en el Congreso de los Estados Unidos.  Que si viajar a la luna no es moco de pavo. Esto del moco de pavo es una traducción libre que hice yo del inglés del señor Murchinson, ¿comprende?
-          Comprendo
-           Que si puedo ganarme un buen dinerito.  Que si…, en fin, que si  patatín, que si patatán,  ya sabe como son estos americanos. Pero…, lo que yo digo, ir a la luna ya no es lo que era, ¿verdad, usted?
-          Ni mucho menos – dijo mi cuñado sorprendido por la perorata de Agostiño
-          No me extrañaría que cualquier día de estos me llamara Obama.
-          Lo más probable, sí. Cuando a los americanos se les mete algo entre  ceja y ceja…
-          El señor Murchinson  aún debe de estar  tirándose de los pelos por mostrarse tan intransigente la primera vez que hablamos.
-          ¿Y eso?
-           Fíjese que la primera vez que me llamó y me propuso ir a la luna buscar yacimientos de agua, me cogió de buenas y acepté. Pero, inmediatamente a continuación,  va y me suelta que aquella misma tarde  un F-16 GTI procedente de la base naval de Rota, me recogería en el aeropuerto de Badajoz  a las 18 PM y  me llevaría a Cabo Cañaveral.  A lo que le respondí: Para el carro, Murchinson.  Hasta dentro de una semana no puedo partir. Tengo un compromiso ineludible en Cachorrilla. ¿Conoce usted Cachorrilla?
-           ¿Me lo pregunta a mi?
-          Sí, a usted
-          Pues…, lamentablemente, no
-          Está junto a Pescueza. ¿Conoce usted  Pescueza?
-          No, no; tampoco.
-          Hay que viajar más, amigo mío. Extremadura es muy hermosa. Si alguna vez desea hacer un viaje inolvidable, no olvide visitar la campiña extremeña. Puro descubrimiento.  Bueno, como le iba diciendo. Yo soy persona muy cumplidora, y cuando me comprometo con alguien, jamás incumplo mi palabra. ¡Jamás! ¡Me oye usted, jamás! Salvo en aquellas contadas ocasiones que…, bueno, qué importa.  En cualquier caso, como le decía, y a poco que pude entender en el inglés macarrónico del señor  Murchison, el delayer del flay tu de mun, era imposibol. A lo que se ve ya tenían preparado hasta  los bocadillos para la tripulación del flay.
-          Comprendo.
-          En fin, espero que el Congreso de los Estados Unidos apruebe uno de estos días la copropiedad  de los pozos que yo pueda descubrir en la luna. Y que se den prisita, no vaya a ser que impongas nuevas condiciones. Mientras tanto...  Pero  dígame, en qué puedo servirle.        

Impresionado por lo acababa de contarle Agostiño, mi cuñado temió que desestimara el trabajo que iba a ofrecerle por irrelevante.

Pero como no es mi cuñado persona que se arredre fácilmente, después de dos horas de largas de negociaciones, de tiras y aflojas,  consiguió, no sin bien expresados argumentos y alguna que otra promesa, que Agostiño aceptara el encargo a cambio de vivienda y manutención.

 Mi cuñado es un hombre dotado de un innato poder de  seducción, lo que no hace mucho se llamaba vulgarmente come tarros, uno de esos tipos capaces de sugestionar al más pintado, sea por pura simpatía o mimetismo con las ideas de la persona que trata de convencer.

Un encantador de serpientes, como ya dijimos. Al punto que, habiéndose arruinado en varias ocasiones, y estar su nombre en mayúsculas en todos los ficheros de morosos, es capaz de conseguir un nuevo préstamo bancario. Que por deber dinero, mi cuñado debe  incluso a los propios cobradores del frac.  
       
Así pues, a los dos días quedaron citados a las cinco en punto de la tarde en la plaza Mayor de Trijuque, en el bar La Jewellery Of The Tapa.




Y aquí lo dejo por hoy, rogándoles, si me han leído, mantengan, a pesar de todo,  su afición por la lectura, que no es poco pedir. 


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