domingo, 12 de octubre de 2014




                                                 LAS MONARQUÍAS

                                                    CAPÍTULO VIII

                                 LA FÚRCULA DE LOS CROMAÑONES





Agostiño como había prometido fue en su viejo y recauchutado coche al mercado de Trijueque. Tras volver, preparó a mi cuñado huevos salteados, varias lonchas de jamón ibérico, pan, una taza de muesli con frutos secos y leche, y de postre, varias piezas de fruta.


Bien alimentado, con los músculos ya adaptados al trabajo de excavación, ahíto, como quien dice, de lactato y piruvato todo bien regado de mitocondrias, y un horario fijo de labor y descanso, a partir de aquel día cavar no es que fuera un momio,  pero  sí más llevadero.

A la semana siguiente, y como no encontrara agua habiendo ahondado ya no menos de veinte metros, mi cuñado se dio un día más para hallarla. De lo contrario…,  a decidir.

Pero hete aquí, que por suerte y perseverancia, en medio de un nuevo estrato sedimentario, mi cuñado encontró algo que parecía hueso petrificado.

-         ¡Anda! – se dijo - ¡Ahí va!  

Mi cuñado miró arriba y abajo. Apartó pico, pala y espuerta de donde encontró el hueso, y colocándose las manos alrededor de la boca para potenciar la voz, gritó:
-         ¡Agostióoooooo!

Al cuarto grito, éste se asomó al brocal del pozo

-         ¿A cuántos metros de profundidad crees que puedo estar? – preguntó mi cuñado
-         ¡De treinta a treinta y cinco, seguro. ¿Ha encontrado agua?

Treinta y cinco metros, –  repitió para sí mi cuñado mirando el hueso –  Porque,  sin duda, es un hueso.

 Y, a modo de espoleta, aquel hueso puso en ignición su fantasía, nada despreciable en él. (Espoleta, ignición… Hoy estoy que lo bordo)

Este hallazgo puede ser importante. – siguió diciéndose – A saber si no capital.

Treinta y cinco metros. Nadie entierra tan hondo a prójimo ni a mascota. Al menos en los últimos milenios. ¡Vamos, digo yo!

 Mira que si acabo de descubrir un nuevo e histórico yacimiento arqueológico. Mira que si me convierto en un nuevo y eminente Juan Luis Arsuaga. Mira que si estoy  ante un nuevo homo antecesor, o tirando bajo, ante el homo Trijuequensis. Mira que…

Pero mi cuñado no podía mirar ya nada más, la tarde había caído y apenas se veía dentro del pozo. Para su desgracia, aquella jornada había terminado.


Alborozado como un niño, mostró el hueso a Agostiño.

-         ¿Qué cree que es esto? – dijo
-         Pues…,
-         Un  hueso – atajó mi cuñado antes de que Agostiño dijera cualquier barbaridad
-         Pues… parece una ramita en forma de horquilla
-         Una ramita…, una ramita  – dijo mi cuñado. Y añadió con la solemnidad de un patricio romano -  Agostiño, creo que podemos estar ante un nuevo Atapuerca.
-         ¿Usted cree?

Mi cuñado asintió con un leve y repetitivo movimiento de  cabeza

-         Pues…
-         Déjese de más pueses.

Mientras cenaban con el hueso sobre la mesa, Agostiño no dejaba de mirarlo. El caso era que extrañamente le resultaba conocido, casi familiar.

-         ¡Una fúrcula! – dijo de pronto sobresaltado
-         ¿Una qué?
-         Una fúrcula. – repitió Agostiño – Si esto que ha descubierto usted es un hueso, es una fúrcula como un pino
-         ¿Y eso como lo sabe?
-         También llamado  hueso de los deseos. Lo sé porque de chico cuando comíamos pollo en mi  casa, quien encontraba este hueso lo partía en dos y pedía un deseo.

Mi cuñado sonrió condescendiente

-         Ande, acabemos de cenar. Mañana me compraré una brochita como las que utilizaba mi ex para maquillarse y desenterraré con mucho cuidado el resto del fósil.
-         Eso retrasará la excavación.
-         De momento y hasta que no descubramos ante qué tipo de resto arqueológico nos encontramos, cavaremos con brochita.
-         Por mi…
-          Un yacimiento arqueológico es más importante que encontrar vulgar agua, Agostiño. Tal vez estemos ante la Piedra Rosetta de la paleontología. Es posible, amigo mío, que este pequeño hueso aquí donde lo ve, abra  un nuevo y  definitivo episodio en el origen de la humanidad.
-         ¿Usted cree?
-         ¡La evolución, Agoastiño la evolución!

Ambos guardaron un repentino silencio. Mi cuñado por tener la imaginación desbordada  por el hallazgo, (Espoleta, ignición. Ya saben) Agostiño, porque comiendo  casi siempre tenía la boca atiborrada.

 Sin embargo, una leve nube gris de vacilación se cernió de pronto sobre el pensamiento de mi cuñado. ¡Malditas nubes grises de vacilación! - se dijo

-         Oiga, Agostiño – dijo al cabo  con la voz compungida - ¿Usted sabe si los homínidos tenían fúrculas como los pollos?

Agostiño desocupó su boca, lo que le llevó su tiempo.

-         Francamente – dijo – No lo sé. Mi casa siempre fue una casa humilde y jamás comimos homínidos. Al menos que yo sepa.

Mi cuñado rió por la ocurrencia. Fue una hilaridad espontánea que diluyó la nube gris, sin en menor atisbo de menoscabo.

-         No, hombre, no. – dijo mi cuñado – Con homínidos me refiero a los primates.
-         Ah, bueno…
-         A los monos
-         ¿Monos? ¿Aquí en Triujueque? Bueno. Quién sabe. Seguramente hay muchas raleas de monos, primates u  homínidos, como usted quiera llamarlos. Tal vez hace millones de años Trijueque estaba plagado de homínidos con fúrculas…
-         Sí, quién sabe…


Aquella noche mi cuñado apenas pudo dormir. Pero sí lo suficiente para tener  un agradable sueño.

En éste, después de varios años de arduo trabajo en el yacimiento, él y Agostiño habían  descubierto toda una tribu de cromañones en perfecto estado de conservación.

En el sueño, mi cuñado veía a Agostiño metido en una garita de madera cobrando diez euros la  entrada a una cola de visitantes que se perdía en el horizonte, y a él mismo, al lado del pozo, cortando las entradas de acceso al yacimiento.

Cumplido el requisito, para bajar al pozo, el visitante se deslizaba por una barra metálica, a modo de cucaña, como las que hay en los parques de bomberos, y que conducía directamente  al yacimiento: una cueva enorme, catedralicia, donde los restos fósiles de los cromañones se hallaban en tan perfecto estado de conservación que parecían llevar difuntos  escasas veinticuatro horas, disponiéndose, dichos fósiles, en pequeños grupos simulando escenas típicas de la vida cotidiana de hace miles de años.

Así se podía  observar a dos hombres de Cromagnon ante un mamut. Uno de ellos de rodillas y ataviado con una piel a modo de capote recibiéndolo (Al mamut) a portagayola cual torero, y al otro mirando la escena tras un peñasco con expresión aterrorizada.

O a otro individuo con una paleta de pintor en la mano izquierda, bigote cual Dalí  y un pincel en la derecha pintando cabras y tías cromañonas desnudas en las paredes de la cueva. Eso sí, sin sexo explícito, ya que el vello púbico de las cromañonas era tan abundante que parecía la cabellera los Jacson five.

O también podía verse, que, sobre una mesa tallada en roca viva, con un realismo que sobrecogía el alma, a cuatro cromañones jugando al mus.

Sin embargo,  aunque éste era un feliz sueño, un pequeño problema despertó a mi cuñado: no todos los visitantes del yacimiento podían subir de nuevo por la cucaña.        



No hay comentarios:

Publicar un comentario