REMEDO DE OLOR A CEBOLLA
CJC
Abrió los ojos e inmediatamente notó aquel
maldito olor nauseabundo.
Era un olor putrefacto, que día tras día,
desde hacía varios años, como si le velara el sueño, le empantanaba el olfato
nada más despertarse.
Al principio el hedor apena sí duraba unos
minutos, y solo al despertar, pero con el transcurso del tiempo, el olor fue prolongándose y ahora no había
instante del día que no lo oliera
Pero aquella mañana, la fetidez era sencillamente
insoportable. Parecía rezumar de todas partes, de sus cabellos, de sus manos,
de los muebles.... de las mismas paredes
Se
levantó, y como otras veces, fue a abrir la ventana para ventilar la habitación,
pero la aborrecible fetidez, por primera vez, también estaba fuera, como si el viento por
contagio se hubiera infectado aquella
misma noche
Cerró
la ventana, se dirigió al cuarto de baño y se duchó restregándose inútil y
desesperadamente con la manopla de sisal.
Luego, entre náuseas, fue a la cocina.
Allí
se hallaba su esposa. Nunca le había mencionado aquel padecimiento suyo. Para
qué. Solo hubiera hecho que preocuparla. Y ella ya tenía bastante preocupándose
de su débil corazón.
-
Buenos días –
dijo su esposa de espaldas al oír la puerta.
Era
tarde ya, y cocinaba el almuerzo
-
Buenos días –
dijo el hombre con la mano taponándose la nariz
La mujer al oír la voz nasal de su marido se
volvió
-
¿Por qué te tapas
la nariz? – preguntó
-
Huele fatal.
La mujer aspiró repetidamente tratando de
sentir el mal olor.
-
Huele a cebolla y
a comino – dijo – Estoy cocinando – Luego cogió el plato con trozos de carne que se hallaba junto a ella y
lo olió – Nunca te ha desagradado el olor a cebolla – añadió
El hombre
se dirigió a la mesa y se dejó caer sobre una de las sillas.
El sol de la mañana que entraba por el
amplio ventanal le cubría las piernas. La mujer se giró hacia él y calló al verle en actitud tan abatida.
Llevaba puesto
un delantal blanco, y debajo una
camisa de seda brillante color rosa y pantalones de campana que tal vez
estuvieran de moda hace veinte o más años. Tenía el pelo teñido de rubio y cardado.
Sin serlo, aparentaba treinta años más joven que él, que ahora, en
pijama y tan apesadumbrado parecía un
anciano.
-
Es repugnante – dijo el hombre – No puedo soportarlo más. Estoy podrido
-
Qué vas a estar
podrido, hombre
-
Lo estoy
La
mujer se acercó al ventanal secándose las manos en el delantal.
-
No abras – dijo el hombre – Afuera también huele
Aún así la mujer abrió.
-
No... huele...
-
¡Ya lo sé!-
exclamó el hombre furibundo. ¡Ya sé que tú no lo hueles! ¡Nadie lo huele! Sólo
yo.
-
Una vez mi padre
dijo que todas las mañanas olía a flores de
Camposanto
-
Únicamente durmiendo
parece desaparecer este horrible miasma – dijo el hombre
- Oh,
vamos, cariño, creo que estás exagerando
-
No puedo...no
puedo dejar de oler ...
-
¿Qué olor
exactamente?
-
Ese olor...
-
¿Pero a qué
hueles?
-
Huelo...
-
¿A qué?- dijo la
mujer
-
A cadáver. Huelo
a cadáver.
-
¿A cadáver?
-
Sí. A muerto.
-
Pues a mi me
huele a cebolla.
-
No. Huele a
nuerto. Es repugnante
-
Pues yo huelo a
cebolla
-
¡Cómo he de decírtelo!
Huelo a muerto. ¿Lo entiendes? HU-E-LO A MU-ER-TO- acabó gritando
-
No grites- dijo
su esposa-. Cálmate.
-
¡No quiero
calmarme! ¡Es inmundo! Huele que apesta¡
Sentado como estaba, el hombre se doblo de
pronto por la cintura. Hubiera querido vomitar, pero tenía el estómago vacío y
sintió cómo se le desgarraba.
-
Por qué no te vas
a la cama y tratas de dormir – dijo la
mujer – Has dicho que durmiendo... Tal vez luego te despiertes mejor. Mañana
iremos al médico.
-
¿Al médico? ¿Y
qué me recetará? ¿Agua de colonia? ¡Es inútil! ¿Lo entiendes? Es inútil. Lo he
intentado todo – exclamó el hombre fuera
de sí – Creo que estoy podrido.
-
Pues yo sólo
huelo a cebolla.
-
¡Y dale con que huele a cebolla! ¡Huele a perro
muerto!
-
Tranquilízate.
-
No quiero
tranquilizarme
-
No sé si podré
soportar este maldito olor por mucho tiempo. Es asqueroso
Se incorporó con gran esfuerzo de la silla.
Estaba libido y se tambaleaba. La mujer
se colocó a su lado y trató de ayudarle.
-
Déjame – dijo apartándola de malas maneras – Estoy
podrido.
El hombre salió de la cocina arrastrando
los pies. Cuando llegó a la habitación se echo en la cama, pero no pudo dormir.
En la cocina la mujer terminó de cocinar, apartó
la sartén del fuego y se disponía a probar el guiso con la cuchara de palo,
cuando de pronto, como si fuera a desmayarse, como si súbitamente su corazón
quedara ahogado al vacío, como un mal presagio, todo quedó en silencio.
Y corrió hacia el dormitorio.
Enmarcada en la puerta vio que su marido no
yacía sobre la cama, y que la ventana se
hallaba abierta de par en par con las cortinas ondeando al viento.
Iba a asomarse a la misma cuando sonó el timbre
de la puerta con un sonido cadencioso y reconocible. Sin duda era él. Fue hacia
el recibidor, se atusó el pelo en el espejo y abrió.
Efectivamente, era él, su
marido.
-
Ya no huele – dijo
– Ya no huele
-
Lo sé – dijo su esposa
Ahora,
la luz que entraba por el ventanal de la cocina
lo cegaba todo