LAS MONARQUÍAS
CAPÍTULO VII
COGE EL DINERO Y CORRE
Agostiño, como había prometido la noche
anterior, se cuidó del resto de trabajos. Preparaba el desayuno, el almuerzo y
la cena; limpiaba el chamizo y hacía las camas. Y a media mañana y a eso de las
cinco de la tarde, llevaba a mi cuñado
un refrigerio para tomar fuerzas. “¡Ay estos hombres, qué harían sin nosotras!
– se dijo Agostiño imitando la voz de su madre.
Al segundo día mi cuñado hizo el brocal del
pozo e instaló una garrucha para desalojar la tierra con espuertas. A lo que
Agostiño se avino a ayudar en el vacío de las mismas.
-
Sin prisas, ¿eh?
-
Claro, claro…
Entre espuerta y espuerta, Agostiño
trató de infundir ánimos a mi cuñado.
-
¡Cómo le envidio,
amigo mío! – dijo imitando la voz lastimera de un viejo enfermo crónico –
¡Quién pudiera! No sabe la suerte que tiene de poder estar ahí abajo pica que
te pica lleno de salud y fuerzas. Qué…
-
¡Agostiño! –
gritó mi cuñado
-
Qué
-
Déjalo
No. Motivar a mi cuñado para que el trabajo le fuera más llevadero no
iba a ser fácil, se dijo Agostiño. Por la noche, mientras cenaban, ante el
obvio estado calamitoso de mi cuñado,
dijo:
-
Oiga, ¿no cree, ¡digo
yo!, que tal vez sería conveniente agenciarnos una perforadora de pozos?
Mi cuñado hizo un gesto
extraño con la cabeza
-
Me gusta la
artesanía – dijo empecinado
Agostiño tardó en contestar
lo justo para reflexionar su respuesta.
-
Hombre, lo de la
artesanía está bien, no se lo voy a negar. A quién no le gusta un encaje de
bolillos, o un buen traje de sastre…, pero para cavar, lo que se dice
cavar a pico y pala… ¡Qué quiere que le
diga! Yo diría que es llevar la artesanía muy lejos, ¿no cree? Tampoco hay que
exagerar.
La devoción por la artesanía
de mi cuñado estaba fundamentada en muy respetables y a veces románticos argumentos: la tradición, el no dejar morir
lo que nuestros abuelos y padres nos enseñaron, etc, etc. Pero en esta ocasión
existía un argumento de aun más peso que los anteriores: el dinero.
-
Así que, – siguió
diciendo Agostiño – mañana sin falta iré
a Trijueque, sacaré dinero de mi cuenta y alquilaré una máquina perforadora de
pozos, o de lo contrario cualquier noche de estas tendré que ponerle en
escabeche
Mi cuñado después de tragar
dio un sorbo de cerveza. Se limpió los labios con la servilleta. Y dijo:
-
Nada de eso.
Seguiré picando. Sólo utilizaremos el dinero cuando sea absolutamente necesario.
Por la mañana Agostiño se
levantó temprano. Cumplió con sus quehaceres domésticos y se sentó a la sombra
en el poyo de la puerta del chamizo a pensar en cómo ayudar anímicamente a mi
cuñado, cosa nada fácil si uno lo piensa bien.
Mientras pensaba se tomó una cerveza, y luego otra, y otra; a
la octava, gritó cual sabio griego: ¡Ya lo tengo! Y se encaminó hacia el pozo
con paso tambaleante, sudando cerveza.
Mi cuñado, con el torso
desnudo, cavaba sudoroso en el fondo impetuo…
(Iba a decir impetuosamente, pero
mentiría. La verdad era que subir el pico por encima de su cabeza le costaba un
durísimo esfuerzo de halterofilia. Bajarlo era más fácil: la inercia (¡Menos
mal!)
Entonces, Agostiño,
convencido de que la música alivia el cansancio, y acordándose de una escena de
Woody Allen en Toma el dinero y corre, súbitamente, se arrancó a cantar a grito
pelado:
-
¡Voy a ver a miss
Lissa, voy al Mississipi!
¡Voy a ver a miss Lisa, voy al
Mississipi!
¡Voy a ver a miss… ¡Vamos, sígame, cante conmigo! ¡Voy
a ver a miss Lissa, voy al Mississipi!
-
¡Pero qué
demonios hace! – chilló mi cuñado desde el fondo del pozo fuera de sí.
-
Anímese, cante
conmigo: ¡Voy a ver a miss Lissa, voy al Mississipi… - como mi cuñado no se
acabara de arrancar, dejó de cantar.
Dijo - : ¡Venga, hombre, no sea muermo! Cantar oxigena la sangre y da nuevos
bríos. ¡Cante, a todo pulmón! Así: Voy a ver a mis Lisa, voy al Mississipi!
Mi cuñado entonces empezó a
subir la escalera de cuerdas. Ya arriba y fuera del pozo, se dirigió hacia Agostiño, que retrocedió varios
pasos asustado al verlo de tan mal talante y un look facial que ya hubiera
querido para sí el famoso y sanguinario
asesino de Valdemorillo.
Mi cuñado vio entonces la
varita de avellano sobre la roca en la que solía sentarse Agostiño. La cogió,
se acercó a él y subiéndola a la altura de sus ojos, la rompió en tres trozos.
-
No le ha gustado
la canción. – dijo Agostiño. – No se preocupe: acepto peticiones.
Cenando Agostiño presentó sus
disculpas, aunque se les escapaban las razones del ataque de ira, cuando él sólo pretendía que
el sobreesfuerzo le fuera más llevadero a mi cuñado.
Éste aceptó las disculpas con un leve
movimiento de cabeza. Estaba tan
dolorido y agotado, que incluso le costaba articular palabra. El mismo Agostiño
observó que aprovechaba los bostezos para introducirse la comida en la boca.
Para que no se durmiera sobre el plato, Agostiño no paró de hablar durante toda
la cena.
-
¡Lactato! – dijo
de pronto Agostiño – ¡Eso es! Lactato. ¡Cómo no habré caído antes! A usted lo
que le falta es lactato. – mi cuñado
miró a Agostiño con la indiferencia de una vaca campestre - Y usted de eso anda escaso. No hay más que
verle.
-
…
-
No sabe lo que es
ni ha oído hablar del lactato, ¿verdad?
Mi cuñado negó con la cabeza.
-
Pues sepa que sin
lactato no hay quien cabe un pozo de veinte metros. ¡Se lo digo yo!
-
…
-
¿Y de la
mitocondrias, ha oído hablar de las mitocondrias?
-
…
-
Tampoco. En ese
caso ni mencionar el piruvato, claro. No se preocupe, mañana iré al mercado de
Trijueque.
Mi cuñado a duras penas podía
mantener los ojos abiertos. La voz de Agostiño era desde hacía ya largo rato un
lejano murmullo, inconexo y absurdo. De pronto quedó inmóvil con la cabeza
gacha, dormido. Agostiño temeroso de que cayera desplomado. Dijo:
-
Venga, a dormir
Se levantó de la silla, pasó
el brazo izquierdo de mi cuñado por sus hombros, le incorporó y acompañó al
tabucodormitorio. Le desnudó y con cuidado lo tendió sobre la cama.
-
Duerma – dijo
cuando se disponía a salir de la habitación.
Entonces, en un último
esfuerzo, mi cuñado levantó el antebrazo para llamar su atención. Tenía los
ojos cerrados.
-
Agostiño…
-
Sí.
-
Cuando…dijo que
ahí… abajo había… un océano de agua…, no se refería… al océano pacífico,
¿verdad?
-
No, claro que no
-
Siento… haberle…
roto su varita mágica
-
No se preocupe.
Tengo decenas de varitas mágicas. Ahora duerma y descanse. Y no se preocupe, mañana
en el mercado compraré melindres, y
leche, y frutos secos, y fruta, mucha fruta. Ya verá como al terminar el día se
encuentra mejor.
Agostiño
apagó la luz del pequeño cuarto, no sin antes dirigirle una leve sonrisa de
satisfacción. A veces, a Agostiño, la humanidad le dominaba, no lo podía
remediar.
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