LAS MONARQUÍAS
CAPÍTULO V
UN CHISGARABÍS Y UN MAMARRACHO S.A.
Nada como una copiosa cena y
unas copas para confraternizar dos personas que se ven por primera vez.
Sería de madrugada cuando
abandonaron La
Jewellery. Cenados hasta el hartazgo de tenerse que descinchar
el cinturón y desabrochar el botón
superior de los pantalones y los intermedios de la camisa hawaiana, pero no tan borrachos como para no poder decidir con buen tino salir del bar a
cuatro patas.
Y así, como dos voluminosos y
rutilantes cebones hawaianos se arrastraron, descansando cada poco trecho,
hasta la destartalada furgoneta de mi cuñado por estar más cerca que el Skoda
de Agostiño.
Antes de subir a la
furgoneta, preguntó éste último:
-
¿Está muy lejos
la finca?
-
Qué importa. No
tememos prisa – dijo mi cuñado
No relataré por no alargar
este capítulo las peripecias que debieron hacer los dos nuevos amigos, beodos
en extremo, para subir y quedar acomodados en los asientos de la furgoneta.
Pero la escena bien podría haber sido digna, por hilarante, de ser filmada por
Blake Edwards.
-
Por fin – dijo mi
cuñado arrellanándose en asiento del conductor
-
Sí, por fin en
casa
-
Nada como la cama
de uno, ¿verdad Agostiño?
Dicho lo cual se desearon las
buenas noches y roncaron como ogros hasta que, al día siguiente, el sol calentó de tal modo la chapa de la furgoneta que se despertaron empapados
en sudor.
Ya instalado Agostiño en la
finca, y sobre el terreno, mi cuñado le explicó detalladamente su proyecto.
Aquel lo alabó y lo animó no sin señalarle alguna que otra vez lo difícil de la
empresa.
Aquella misma tarde, Agostiño
desenfundó su mejor varita. La extraída de un avellano florido y no polinizado por injerto, que el avellano no
es arbusto de fácil polinización. E hizo, varita en mano y bajo la atenta
mirada de mi cuñado, varias batidas para detectar las zonas del terreno más
proclives a contener agua.
Pero como la rabdomancia, que así se denomina la facultad del zahorí,
no es un don de llegar y besar el santo, sino que a veces, las más, depende de
otros factores, como la reconcentración psíquica.
(Y como comprensible ejemplo pondría la
imposibilidad para cualquiera zahorí, a no ser que fuera un virtuoso, de encontrar nada si va escuchando con auriculares a Deep Purple, a AC/DC o a Enrique Iglesias)
Como también influyen las condiciones climatológicas. (No
es difícil imaginar el disloque que sufriría un zahorí y su varita de salir a
buscar agua un día de lluvia).
O los días de atmosfera agobiante o de Horror
Vacui (Esto de Horror Vacui no sé con exactitud qué significa, pero me ha
quedado fino) pues las ondas y radiaciones electromagnéticas (Fuerza rabdica)
que emiten las profundidades terrestres no suelen aflorar tales días de Horror
Vacui (Sí, sí, la mar de fino)
Tampoco son aconsejables las prospecciones a
la horas más severa de la canícula, sobre todo para Agostiño, ya que siempre,
ineludiblemente, las emplea para la práctica del Tai-Chi en su versión carpetovetónica: la siesta.
Resumiendo, que Agostiño
vivió mes y medio a cuerpo de rey, o como un pachá amigo de éste si se prefiere.
-
Oiga, Agostiño –
dijo un día mi cuñado apesadumbrado por lo infructuoso de la búsqueda – no será
que Trijueque es el Kalahari español?
-
Paciencia, amigo
mío, me da a mi – dijo Agostiño
señalándose las narices – que aquí hay agua para dar y tirar.
-
¿Está usted
seguro?
-
Tan seguro como
que me llamo Agostiño Loureiro Loureiro y soy natural de Extremadura.
-
Si usted lo dice…
Agostiño notó con pesar el
matiz siempre tiñoso de la frustración en la voz de mi cuñado.
Nadie como él para saber, que
sin agua, aquel proyecto no podía llevarse a cabo.
En los días siguientes,
desesperanzado, mi cuñado dio por levantarse tarde, a tal punto, que había días
que despertaba justo a la hora de
almorzar, cuando Agostiño volvía de sus batidas.
-
¿Qué?
-
¡Psche!
Y Agostiño, por no
perturbarlo aun más, añadía un ambiguo movimiento de cabeza.
Luego se levantaba y sin
comer apenas, deambulaba por el terreno caído de hombros, distante y pensativo,
a veces maldiciendo y dando puntapiés a cualquier lata herrumbrosa que
encontrara a su paso, si no, a pequeños montículos de tierra reseca y hasta
piedras.
Para Agostiño, aquella vida
campestre era de su agrado. El trabajo
no derrengaba y comían mejor que peor, (Aunque abusaban de la Cascahuevox , todo hay
que decirlo) y la bebida espirituosa nunca faltaba.
Además, daba por buena, casi
reconfortante, aquella prolongada ausencia de su pueblo natal, sobre todo para
sosiego de su madre, que sufría los continuos embates y retintines de los
maldicientes y correveidiles que le
tachaban de zángano cuando menos , o de llevar una vida indolente y licenciosa,
por ser eufemístico.
-
¿Y el Agostiño,
Petra? Hace días que no le veo.
-
Pues mira, hija,
por esos mundos de dios ganándose la vida.
-
¿En Barcelona?
-
No, en Trijueque.
-
¡Ah!
Pero sobre todo, Agostiño,
había encontrado en mi cuñado su alma gemela, su amigo del alma, por expresarlo
de una manera cursi, que no todo ha de ser originalidad y poesía.
Su amistad con el paso de los
días se había afianzado a base de
respeto mutuo.
Agostiño, por primera vez en
su vida, ante un congénere, se había sentido como liberto para de decir y hacer
cuanto se le antojaba en la seguridad de que sería contestado de igual modo,
sin segundas intenciones o falsa condescendencia.
Que por no dudar, aquel
hombre, mi cuñado, nunca dudó de su profesión. Cosa rara.
Por todo ello, no era poca su desazón por ver
a mi cuñado tan abatido por el desanimo.
Después de cenar, y por carecer de televisión, sacaban a la
puerta del chamizo dos viejas tumbonas
de playa donde se echaban para tomar el
fresco, charlar un poco y mirar las estrellas, (Gin tonic va, gin tonic viene)
La noche era clara, corría
una suave brisa y la luna reinaba en el firmamento, deslumbrante,
avasalladora.
Allá la media noche, Agostiño
rompió el silencio que mantenían.
-
¿Estás dormido? –
preguntó
-
No – dijo mi
cuñado
-
Quisiera proponerte
algo
Mi
cuñado no respondió
-
Pero debes
responderme con sinceridad. Mucha gente no aceptaría aún en contra de su propio
beneficio: falta de carácter…
-
Agostiño – dijo mi
cuñado interrumpiéndole
-
Qué
-
No, nada…
Agostiño
temió que mi cuñado le mandara callar.
-
Lo que te quiero
decir es importante para mi
-
Pues dilo
-
Está bien; ahí
va: me gustaría ser tu socio en esta
empresa.
Mi cuñado por primera vez en
toda la noche giró la cabeza hacia Agostiño. Luego volvió a mirar al vacío.
-
Veo que no tienes
mucho ojo para los negocios – dijo. La voz de mi cuñado sonó grave
-
Como aquel que
dice la hemos empezado juntos. Y…
-
Agostiño, esta
empresa está condenada al fracaso.
-
Aún así, me
gustaría ser tu socio. ¿Qué me dices?
Entre tumbona y tumbona solían
poner una caja de frutas vacía que hacía las veces de mesita. Mi cuñado alargó
el brazo para coger su vaso. Se incorporó ligeramente y bebió
-
Está bien. Desde
este mismo instante eres mi socio, ¿de acuerdo? – dijo después
-
¿Así, sin más?
-
Sin más.
De nuevo los cantos de los
grillos y el silbo de una lechuza volvieron a tomar protagonismo.
-
No me fío de tu
palabra – dijo Agostiño
-
Haces bien
-
Te conozco y sé
que eres un informal, y un irresponsable, y un calamidad, y un inconstante, y
un inconsciente, y un…
-
¡Chisgarabís! –
interrumpió mi cuñado – Así me llamaba mi abuela: chisgarabís.
Tierno y delicado, pasó un
ángel, que suele decirse, interrumpiendo la conversación. Luego, Agostiño,
dijo:
-
Por eso no puedo
fiarme de ti y necesito algo más que tu palabra.
-
Agostiño, sin
agua, esta empresa será un autentico fracaso a no tardar mucho
-
La encontraremos.
Además, quiero ser socio al cincuenta por ciento.
-
De acuerdo – dijo
mi cuñado deseoso de dar por finalizada aquella conversación.
-
¿Cuánto has
invertido? – insistió Agostiño
-
No lo sé
-
Pues necesitamos
saberlo
-
¿Para qué? – tras
unos segundos, mi cuñado pareció recapacitar el sentido de las palabras de
Agostiño. Frunció el ceño, y añadió girándose de medio lado hacia su amigo –: ¿Quieres
invertir tu dinero?
-
Sí
-
¿Estás seguro?
-
Absolutamente
-
Eres un… – empezó
a decir mi cuñado recobrando la postura, pero Agostiño le interrumpió
-
Un tarambana, una
calamidad, un zángano, un fantoche, un falsario, un…, un…payaso, un…i-nú-til…
Agostiño calló acongojado, tragó saliva y aspiró aire por la nariz que luego
exhaló con fuerza – y un…mamarracho. Sí, me lo han dicho un millón de veces: ¡eres
un mamarracho!
-
Eh, Agostiño… –
empezó a decir mi cuñado al notar su turbación
-
Pero no soy idiota.
-
No, no lo eres.
Pero ahora las cosas están mal para conseguir dinero.
-
Lo sé.
-
De cualquier modo
te agradezco que te hayas ofrecido a invertir. Ha sido un bonito detalle.
Callaron observando la luz
destellante de un avión que cruzaba la
oscuridad del cielo
-
Tengo algunos
ahorrillos – dijo Agostiño después
-
¿Tú?
-
Durante toda mi
vida he ahorrado un poquito de aquí y de allá.
-
Vaya con la
hormiguita Agostiño… ¡Quién lo iba a decir!
-
Y nunca he echado mano de ese dinero.
-
¿Nunca?
-
No; nunca. Ni
siquiera mi ex sabía que lo tenía.
-
Lo siento pero no
puedo consentir que despilfarres en este secarral el dinero que tanto te ha costad ahorrar.
Viendo que Agostiño no hacía
el menor comentario, mi cuñado volvió a
incorporarse. Dijo:
-
Entre nosotros,
Agostiño ¿de verdad crees que aquí hay agua, que esto puede ser un buen negocio,
que vale la pena arriesgar dinero?
-
No sé si aquí hay
agua o no. Esa es la verdad. Ni sé si es buen negocio o no; lo que sí sé, es
que…, entre nosotros hay algo y vale la
pena arriesgarlo.
Mi cuñado miró pensativo a
Agostiño
-
De acuerdo – dijo
– mañana iremos a un notario y certificaremos nuestra sociedad.
-
No es
necesario.
-
¿No decías que
necesitabas algo más que mi palabra?
-
Has aceptado mi
dinero. Con eso me basta.
Mi cuñado agotó el vaso de su
gin-tonic
-
Bien, creo que ya
va siendo hora de que nos vayamos a dormir o acabaremos poniéndonos
sentimentales.
-
Sí, será lo
mejor.
Se levantaron, y con paso
tambaleante se dirigieron hacia el interior del chamizo.
-
Buenas noches,
mamarracho
-
Buenas noches,
chisgarabís.
No tardaron en dormirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario