sábado, 11 de octubre de 2014



                               LAS MONARQUÍAS

                                     CAPÍTULO V
            
         UN CHISGARABÍS Y UN MAMARRACHO S.A.


Nada como una copiosa cena y unas copas para confraternizar dos personas que se ven por primera vez.


Sería de madrugada cuando abandonaron La Jewellery. Cenados hasta el hartazgo de tenerse que descinchar el cinturón y  desabrochar el botón superior de los pantalones y los intermedios de la camisa hawaiana,  pero no tan borrachos como para no  poder decidir con buen tino salir del bar a cuatro patas. 

Y así, como dos voluminosos y rutilantes cebones hawaianos se arrastraron, descansando cada poco trecho, hasta la destartalada furgoneta de mi cuñado por estar más cerca que el Skoda de Agostiño.

Antes de subir a la furgoneta, preguntó éste último:

-         ¿Está muy lejos la finca?
-         Qué importa. No tememos prisa – dijo mi cuñado

No relataré por no alargar este capítulo las peripecias que debieron hacer los dos nuevos amigos, beodos en extremo, para subir y quedar acomodados en los asientos de la furgoneta. Pero la escena bien podría haber sido digna, por hilarante, de ser filmada por Blake Edwards.

-         Por fin – dijo mi cuñado arrellanándose en asiento del conductor
-         Sí, por fin en casa
-         Nada como la cama de uno, ¿verdad Agostiño?

Dicho lo cual se desearon las buenas noches y roncaron como ogros hasta que, al día siguiente,  el sol calentó de tal modo  la chapa de la furgoneta que se despertaron empapados en sudor.

Ya instalado Agostiño en la finca, y sobre el terreno, mi cuñado le explicó detalladamente su proyecto. Aquel lo alabó y lo animó no sin señalarle alguna que otra vez lo difícil de la empresa.

Aquella misma tarde, Agostiño desenfundó su mejor varita. La extraída de un avellano florido y  no polinizado por injerto, que el avellano no es arbusto de fácil polinización. E hizo, varita en mano y bajo la atenta mirada de mi cuñado, varias batidas para detectar las zonas del terreno más proclives a contener agua. 

Pero como la rabdomancia,  que así se denomina la facultad del zahorí, no es un don de llegar y besar el santo, sino que a veces, las más, depende de otros factores, como la reconcentración psíquica.

 (Y como comprensible ejemplo pondría la imposibilidad para cualquiera zahorí, a no ser que fuera un virtuoso,  de encontrar nada si va escuchando con auriculares  a Deep Purple,  a AC/DC o a Enrique Iglesias)

Como también  influyen las condiciones climatológicas. (No es difícil imaginar el disloque que sufriría un zahorí y su varita de salir a buscar agua un día de lluvia).

 O los días de atmosfera agobiante o de Horror Vacui (Esto de Horror Vacui no sé con exactitud qué significa, pero me ha quedado fino) pues las ondas y radiaciones electromagnéticas (Fuerza rabdica) que emiten las profundidades terrestres no suelen aflorar tales días de Horror Vacui (Sí, sí, la mar de fino)

 Tampoco son aconsejables las prospecciones a la horas más severa de la canícula, sobre todo para Agostiño, ya que siempre, ineludiblemente, las emplea para la práctica del Tai-Chi  en su versión carpetovetónica: la siesta.
Resumiendo, que Agostiño vivió mes y medio a cuerpo de rey, o como un pachá amigo de éste si se prefiere.

-         Oiga, Agostiño – dijo un día mi cuñado apesadumbrado por lo infructuoso de la búsqueda – no será que Trijueque es el Kalahari español?
-         Paciencia, amigo mío, me da a mi –  dijo Agostiño señalándose las narices – que aquí hay agua para dar y tirar.
-         ¿Está usted seguro?
-         Tan seguro como que me llamo Agostiño Loureiro Loureiro y soy natural de Extremadura.
-         Si usted lo dice…

Agostiño notó con pesar el matiz siempre tiñoso de la frustración en la voz de mi cuñado.
Nadie como él para saber, que sin agua, aquel proyecto no podía llevarse a cabo.

En los días siguientes, desesperanzado, mi cuñado dio por levantarse tarde, a tal punto, que había días que despertaba  justo a la hora de almorzar, cuando Agostiño volvía de sus batidas.

-         ¿Qué?
-         ¡Psche!  

Y Agostiño, por no perturbarlo aun más, añadía un ambiguo movimiento de cabeza.

Luego se levantaba y sin comer apenas, deambulaba por el terreno caído de hombros, distante y pensativo, a veces maldiciendo y dando puntapiés a cualquier lata herrumbrosa que encontrara a su paso, si no, a pequeños montículos de tierra reseca y hasta piedras.

Para Agostiño, aquella vida campestre era de su  agrado. El trabajo no derrengaba y comían mejor que peor, (Aunque abusaban de la Cascahuevox, todo hay que decirlo) y la bebida espirituosa nunca faltaba.

Además, daba por buena, casi reconfortante, aquella prolongada ausencia de su pueblo natal, sobre todo para sosiego de su madre, que sufría los continuos embates y retintines de los maldicientes y correveidiles que  le tachaban de zángano cuando menos , o de llevar una vida indolente y licenciosa, por ser eufemístico.

-         ¿Y el Agostiño, Petra? Hace días que no le veo.
-         Pues mira, hija, por esos mundos de dios ganándose la vida.
-         ¿En Barcelona?
-         No, en Trijueque.
-         ¡Ah!

Pero sobre todo, Agostiño, había encontrado en mi cuñado su alma gemela, su amigo del alma, por expresarlo de una manera cursi, que no todo ha de ser originalidad y poesía. 

Su amistad con el paso de los días se había afianzado a base de  respeto mutuo.

Agostiño, por primera vez en su vida, ante un congénere, se había sentido como liberto para de decir y hacer cuanto se le antojaba en la seguridad de que sería contestado de igual modo, sin segundas intenciones o falsa condescendencia.

Que por no dudar, aquel hombre, mi cuñado, nunca dudó de su profesión. Cosa rara.

 Por todo ello, no era poca su desazón por ver a mi cuñado tan abatido por el desanimo.

Después de cenar,  y por carecer de televisión, sacaban a la puerta del chamizo dos viejas  tumbonas de playa donde se  echaban para tomar el fresco, charlar un poco y mirar las estrellas, (Gin tonic va, gin tonic viene)

La noche era clara, corría una suave brisa y la luna reinaba en el firmamento, deslumbrante, avasalladora. 

Allá la media noche, Agostiño rompió el silencio que mantenían.

-         ¿Estás dormido? – preguntó
-         No – dijo mi cuñado  
-         Quisiera proponerte algo

Mi cuñado no respondió

-         Pero debes responderme con sinceridad. Mucha gente no aceptaría aún en contra de su propio beneficio: falta de carácter…
-         Agostiño – dijo mi cuñado interrumpiéndole
-         Qué
-         No, nada…
Agostiño temió que mi cuñado le mandara callar.
-         Lo que te quiero decir es importante para mi
-         Pues dilo
-         Está bien; ahí va: me gustaría ser tu  socio en esta empresa.

Mi cuñado por primera vez en toda la noche giró la cabeza hacia Agostiño. Luego volvió a mirar al vacío.

-         Veo que no tienes mucho ojo para los negocios – dijo. La voz de mi cuñado sonó grave
-         Como aquel que dice la hemos empezado juntos. Y…
-         Agostiño, esta empresa está condenada al fracaso.
-         Aún así, me gustaría ser tu socio. ¿Qué me dices?

Entre tumbona y tumbona solían poner una caja de frutas vacía que hacía las veces de mesita. Mi cuñado alargó el brazo para coger su vaso. Se incorporó ligeramente y bebió

-         Está bien. Desde este mismo instante eres mi socio, ¿de acuerdo? – dijo después
-         ¿Así, sin más?
-         Sin más.

De nuevo los cantos de los grillos y el silbo de una lechuza volvieron a tomar protagonismo.

-         No me fío de tu palabra – dijo Agostiño
-         Haces bien
-         Te conozco y sé que eres un informal, y un irresponsable, y un calamidad, y un inconstante, y un inconsciente,  y un…
-         ¡Chisgarabís! – interrumpió mi cuñado – Así me llamaba mi abuela: chisgarabís.

Tierno y delicado, pasó un ángel, que suele decirse, interrumpiendo la conversación. Luego, Agostiño, dijo:

-         Por eso no puedo fiarme de ti y necesito algo más que tu palabra.
-         Agostiño, sin agua, esta empresa será un autentico fracaso a no tardar mucho
-         La encontraremos. Además, quiero ser socio al cincuenta por ciento.
-         De acuerdo – dijo mi cuñado deseoso de dar por finalizada aquella conversación.
-         ¿Cuánto has invertido? – insistió Agostiño
-         No lo sé
-         Pues necesitamos saberlo
-         ¿Para qué? – tras unos segundos, mi cuñado pareció recapacitar el sentido de las palabras de Agostiño. Frunció el ceño, y añadió girándose de medio lado hacia su amigo –: ¿Quieres invertir tu dinero?
-        
-         ¿Estás seguro?
-         Absolutamente
-         Eres un… – empezó a decir mi cuñado recobrando la postura, pero Agostiño le interrumpió
-         Un tarambana, una calamidad, un zángano, un fantoche, un falsario, un…, un…payaso, un…i-nú-til… Agostiño calló acongojado, tragó saliva y aspiró aire por la nariz que luego exhaló con fuerza – y un…mamarracho. Sí, me lo han dicho un millón de veces: ¡eres un mamarracho!
-         Eh, Agostiño… – empezó a decir mi cuñado al notar su turbación
-         Pero no soy idiota.
-         No, no lo eres. Pero ahora las cosas están mal para conseguir dinero. 
-         Lo sé.
-         De cualquier modo te agradezco que te hayas ofrecido a invertir. Ha sido un bonito detalle.

Callaron observando la luz destellante de un avión que cruzaba  la oscuridad del cielo

-         Tengo algunos ahorrillos – dijo Agostiño después
-         ¿Tú?
-         Durante toda mi vida he ahorrado un poquito de aquí y de allá.
-         Vaya con la hormiguita Agostiño… ¡Quién lo iba a decir!
-          Y nunca he echado mano de ese dinero. 
-         ¿Nunca?
-         No; nunca. Ni siquiera mi ex sabía que lo tenía.
-         Lo siento pero no puedo consentir que despilfarres en este secarral el dinero que tanto  te ha costad ahorrar.

Viendo que Agostiño no hacía el menor comentario,  mi cuñado volvió a incorporarse. Dijo:

-         Entre nosotros, Agostiño ¿de verdad crees que aquí hay agua, que esto puede ser un buen negocio, que vale la pena arriesgar dinero?
-         No sé si aquí hay agua o no. Esa es la verdad. Ni sé si es buen negocio o no; lo que sí sé, es que…,  entre nosotros hay algo y vale la pena arriesgarlo.

Mi cuñado miró pensativo a Agostiño

-         De acuerdo – dijo – mañana iremos a un notario y certificaremos nuestra sociedad. 
-         No es necesario. 
-         ¿No decías que necesitabas algo más que mi palabra?
-         Has aceptado mi dinero. Con eso me basta.

Mi cuñado agotó el vaso de su gin-tonic

-         Bien, creo que ya va siendo hora de que nos vayamos a dormir o acabaremos poniéndonos sentimentales.
-         Sí, será lo mejor.

Se levantaron, y con paso tambaleante se dirigieron hacia el interior del chamizo.

-         Buenas noches, mamarracho
-         Buenas noches, chisgarabís.

No tardaron en dormirse.



No hay comentarios:

Publicar un comentario