martes, 18 de diciembre de 2018

                                  EL FUTURO


      No hacía mucho que había acabado la carrera y trabajaba  de médico interino en el Hospital del Mar. 

domingo, 25 de noviembre de 2018



                                  HAY DIAS


       Hay días en los que uno no está para poesías.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

martes, 16 de octubre de 2018


                  REMEDO DE OLOR A CEBOLLA
                                          CJC

    Abrió los ojos e inmediatamente notó aquel maldito olor nauseabundo.

    Era un olor putrefacto, que día tras día, desde hacía varios años, como si le velara el sueño, le empantanaba el olfato nada más  despertarse.

    Al principio el hedor apena sí duraba unos minutos, y solo al despertar, pero con el transcurso del tiempo,  el olor fue prolongándose y ahora no había instante del día que no lo oliera

    Pero aquella mañana, la fetidez era sencillamente insoportable. Parecía rezumar de todas partes, de sus cabellos, de sus manos, de los muebles.... de las mismas paredes

    Se levantó, y como otras veces, fue a abrir la ventana para ventilar la habitación, pero la aborrecible fetidez, por primera vez,  también estaba fuera, como si el viento por contagio se hubiera  infectado aquella misma noche

   Cerró la ventana, se dirigió al cuarto de baño  y se duchó restregándose inútil y desesperadamente con la manopla de sisal.

   Luego, entre náuseas, fue a la cocina.

   Allí se hallaba su esposa. Nunca le había mencionado aquel padecimiento suyo. Para qué. Solo hubiera hecho que preocuparla. Y ella ya tenía bastante preocupándose de su débil corazón.

-         Buenos días – dijo su esposa de espaldas al oír  la puerta.

Era tarde ya, y cocinaba el almuerzo

-         Buenos días – dijo el hombre con la mano taponándose la nariz
    
  La mujer al oír la voz nasal de su marido se volvió

-         ¿Por qué te tapas la nariz? – preguntó
-         Huele fatal.

   La mujer aspiró repetidamente tratando de sentir el mal olor.

-         Huele a cebolla y a comino – dijo – Estoy cocinando – Luego cogió el plato con  trozos de carne que se hallaba junto a ella y lo olió – Nunca te ha desagradado el olor a cebolla – añadió

   El hombre se dirigió a la mesa y se dejó caer sobre una de las sillas.   

   El sol de la mañana que entraba por el amplio ventanal le cubría las piernas. La mujer se giró hacia él  y calló al verle en actitud tan abatida.

   Llevaba puesto  un  delantal blanco, y debajo una camisa de seda brillante color rosa y pantalones de campana que tal vez estuvieran de moda hace veinte o más años. Tenía el pelo teñido de rubio y cardado.

   Sin serlo, aparentaba  treinta años más joven que él, que ahora, en pijama y tan apesadumbrado parecía  un anciano.

-          Es repugnante – dijo el hombre –  No puedo soportarlo más. Estoy podrido
-         Qué vas a estar podrido, hombre
-         Lo estoy

    La mujer se acercó al ventanal secándose las manos en el delantal.

-         No abras –  dijo el hombre – Afuera también huele

    Aún así la mujer abrió.

-         No... huele...
-         ¡Ya lo sé!- exclamó el hombre furibundo. ¡Ya sé que tú no lo hueles! ¡Nadie lo huele! Sólo yo.  
-         Una vez mi padre dijo que todas las mañanas olía a flores de
Camposanto
-         Únicamente durmiendo parece desaparecer este horrible miasma – dijo el hombre
      -  Oh, vamos, cariño, creo que estás exagerando
-         No puedo...no puedo dejar de oler ...
-         ¿Qué olor exactamente?
-         Ese olor...
-         ¿Pero a qué hueles?
-         Huelo...
-         ¿A qué?- dijo la mujer
-         A cadáver. Huelo a cadáver.
-         ¿A cadáver?
-         Sí. A muerto.
-         Pues a mi me huele a cebolla.  
-         No. Huele a nuerto.  Es repugnante
-         Pues yo huelo a cebolla
-         ¡Cómo he de decírtelo! Huelo a muerto. ¿Lo entiendes? HU-E-LO A MU-ER-TO- acabó gritando
-         No grites- dijo su esposa-. Cálmate.   
-         ¡No quiero calmarme! ¡Es inmundo! Huele que apesta¡

     Sentado como estaba, el hombre se doblo de pronto por la cintura. Hubiera querido vomitar, pero tenía el estómago vacío y sintió cómo se le desgarraba.

-         Por qué no te vas a la cama y tratas de dormir –  dijo la mujer – Has dicho que durmiendo... Tal vez luego te despiertes mejor. Mañana iremos al médico.
-         ¿Al médico? ¿Y qué me recetará? ¿Agua de colonia? ¡Es inútil! ¿Lo entiendes? Es inútil. Lo he intentado todo –  exclamó el hombre fuera de sí – Creo que estoy podrido.
-         Pues yo sólo huelo a cebolla.
-         ¡Y dale  con que huele a cebolla! ¡Huele a perro muerto!
-         Tranquilízate.
-         No quiero tranquilizarme
-         No sé si podré soportar este maldito olor por mucho tiempo. Es asqueroso
    
    Se incorporó con gran esfuerzo de la silla. Estaba libido y se tambaleaba.  La mujer se colocó a su lado y trató de ayudarle.

-         Déjame –  dijo apartándola de malas maneras – Estoy podrido.
   
    El hombre salió de la cocina arrastrando los pies. Cuando llegó a la habitación se echo en la cama, pero no pudo dormir.

    En la cocina la mujer terminó de cocinar, apartó la sartén del fuego y se disponía a probar el guiso con la cuchara de palo, cuando de pronto, como si fuera a desmayarse, como si súbitamente su corazón quedara ahogado al vacío, como un mal presagio, todo quedó en silencio.

Y corrió hacia el dormitorio.

    Enmarcada en la puerta vio que su marido no yacía sobre la cama,  y que la ventana se hallaba abierta de par en par con las cortinas ondeando al viento.

    Iba a asomarse a la misma cuando sonó el timbre de la puerta con un sonido cadencioso y reconocible. Sin duda era él. Fue hacia el recibidor, se atusó el pelo en el espejo y abrió.

Efectivamente, era él, su marido.


-         Ya no huele – dijo – Ya no huele
-         Lo sé –  dijo su esposa

Ahora, la luz que entraba por el ventanal de la cocina  lo cegaba todo