LAS MONARQUÍAS
CAPÍTULO VI
COTOUTO: DOCTOR Y AUGUR
Al día siguiente, sea por lo
que fuere, si por la nueva sociedad, la conjunción astral que liberara las
fuerzas rabdicas, o la caprichosa suerte,
tan esquiva casi siempre, pero que en ocasiones se muestra piadosa con
los desventurados, (¡Ay, menos mal!) e incluso a veces se recrea con alguien,
como le ocurrió a ese pobre presidente de la diputación de Valencia, de estampa
fascistoide que le ha tocado la lotería siete veces.
El caso fue que la varita de
Agostiño, de súbito, (¡Lo que son las cosas!) comenzó a vibrar como azotada por
un huracán (Es un decir)
-
¡Aquí! ¡Aquí! –
gritó entusiasmado y fuera de sí por la alegría.
Mi cuñado, que vagaba de aquí
para allá calculando lo que podría costar la restauración de cobertizo para los
pollos, acudió a su llamada. Cuando llegó a su lado, Agostiño giraba sobre sí
mismo como un olímpico lanzador de martillo tratando de sujetar la enloquecida varita
de avellano.
-
¡Aquí, pinche aquí!
-
¿Estás seguro,
Agostiño?
Éste, tras un denodado
esfuerzo pudo romper el círculo de atracción que tan persistentemente describía
la varita de avellano
-
¡Que si estoy
seguro, dice! Aquí abajo, amigo mío, hay un océano. Se lo digo yo: un verdadero
océano
-
¿En Guadalajara,
un océano?
-
Lo dicho
A riesgo de parecer
reiterativo, reitero (¿Lo ven?) mi admiración sin ambages por mi cuñado. No
sólo por su espíritu emprendedor inmune
al desaliento (Salvo excepciones) sino también por sus convicciones, pues, aún
siendo persona abierta a las nuevas tecnologías, como ya hemos reflejado, jamás
olvida los modos de los viejos oficios. Siendo así, un gran defensor de la artesanía.
Consecuentemente, tras pertrecharse
de las herramientas necesarias, ni corto ni perezoso, se puso a cavar a pico y
pala – todo fuera por la artesanía – ante el obvio asombro y repeluco de
Agostiño
No habría cavado veinte
centímetros de profundidad de metro y medio de diámetro, cuando en un descanso,
preguntó:
-
Agostiño, ¿y no
sabrías decirme a qué profundidad se halla el agua?
-
Hombre, eso la
varita de avellano no lo dice. Pero quince o veinte metros de profundidad no se
los quita a usted nadie.
Mi cuñado bajó la mirada y sopesó
el esfuerzo realizado y lo escasamente ahondado. Luego, viendo a Agostiño,
que sentado en un peñasco se rascaba la espada con la varita de avellano
tuvo un mal presentimiento. Esto de los presentimientos o barruntos, es cosa de
tener en cuenta. No deberíamos abusar de ellos. Y a veces, se abusa. Sobre todo
el género femenino, tan dadas ellas a utilizar el sexto sentido. Quién no ha
oído decir alguna vez a cualquier mujer: “Es que soy medio bruja”, cuando en
realidad son, (Las más abusadoras de los presentimientos) unas ilusas o unas
escépticas de tomo y lomo. Pero éste no era el caso de mi cuñado
-
Veinte metros –
dijo – Tampoco es tanto, ¿verdad, Agostiño?
Éste no quiso ser pancista,
por lo que optó por el eclecticismo, que siempre queda mejor:
-
Depende.
Mi cuñado no preguntó de qué
dependía, no fuera que con la respuesta perdiera motivación. Lujo que no podían
permitirse.
-
Ahondando un
metro cada día, en veinte días tenemos agua
Matemáticamente, en este
particular caso, mi cuñado hiló fino,
eso hay que reconocérselo. Agostiño no hizo el menor comentario. Parecía
distraído, mirando ora el suelo que pisaba, ora la línea del horizonte, como si
no supiera dónde fijar la mirada. Aunque cualquiera, sin ser en extremo malpensado,
hubiera dicho que evitaba la mirada de mi cuñado. Como aquel alumno que mira
aquí y allá para que el profesor no le saque a la pizarra
De pronto, muy reconcentrado, comenzó a
filtrar aire entre el colmillo y el premolar como tratando de deshacerse de un
enervante resto de comida: ¡Phsiiss! ¡Phsiis! ¡Phiiss!, al tiempo que utilizaba
la lengua como escarbadientes.
-
Picando… – empezó
a decir mi cuñado
-
¡Phsiiss!
¡Phsiis!
-
…todos los días…
-
¡Phsiiss!
¡Phsiis!
-
….entre los dos…
-
¡Phsiiss!
¡Phsiis! ¡Phiiss!
Agostiño, de continuar con el
¡Phiiss! ¡Phsiis!, se acabaría dejando
la lengua en carne viva. Por lo que mi cuñado subió el gallo:
-
¡Agostiño!
-
Qué
-
Que digo, que
picando los dos…
-
¿Qué? – exclamó
Agostiño como si hubiera oído el mayor
despropósito de su vida. Luego tragó saliva, al coleto, y continuó: – ¿Qué
pique, yo?
Agostiño, cuando súbitamente
se encuentra entre la espada y la pared, por así decirlo, o se halla en la
necesidad de improvisar una explicación o respuesta, su mente entra tal que en trance
mismamente y suelta lo primero le viene a la cabeza.
-
¿Se ha vuelto
loco? – siguió diciendo – ¿Acaso desea
que acabe en una sillita de ruedas?
-
Hombre, yo… –
dijo mi cuñado sorprendido arrugando el entrecejo
-
¡Picar! ¿Yo?
¡Ojalá! ¡Fíjese lo que le digo, ojalá!
-
Ya me fijo, ya –
dijo mi cuñado, que en trances y raptos hipnóticos era un experto.
-
¡Oh, desventura
la mía, qué más quisiera yo que poder cavar a pico y pala la dura o blanda
tierra! – añadió de pronto Agostiño con una entonación que ya hubiera querido para
sí el mejor actor de tragedias griegas
-
¿Estás seguro,
Agostiño?
-
¿Lo duda usted?
¡Oh, mundo ruin!
-
¿Mundo qué?
-
Mundo ruin
-
Perdone, es que
no le había entendido
-
Hurga usted, sin
quererlo, pero hurga, en mi dolor, en el triste final que me espera de no poder
vencer la poderosa tentación de cavar o ejercer el noble oficio de estibador de
puertos. ¡Dios me de fuerza para ello!
-
Ya, ya…
-
¡Cuán cruel puede
ser la ignorancia! La suya en este caso. Pues no sabe cuán sufro por este raquítico
espinazo mío, mal formado de vértebras tuertas cual zeta, y tiesas cual… –
bueno, lo que sea, pero muy tiesas – o
como dijera más científicamente mi
amigo, mi paisano y mi terapista, el insigne doctor y augur Catoute: desalineadas e inflexibles.
-
¿Doctor qué?
-
Catouto
-
Ah, pues sí,
había entendido bien.
-
¡Por ti y por tus
seres más queridos, Agostiño! – me ha
implorado mil veces Cotouto: ¡En
jamás de los jamases cojas con tus manos mango de azadón, mazo, pala, pico o
zapapico! ¡Jamás! Ni siquiera un simple escabuche. ¿Ni siquiera un escabuche? –
respondí yo con el ánimo abatido, destrozado. –
¡Ni siquiera! – repuso él vehemente – que a la tentación la
pintan calva y no serías el primero que empieza con un inofensivo escabuche y
acaba dándose al pico. Ah, ni cargues – me remarcó – sobre tu espalda maltrecha nada que supere el
peso de un chambergo. ¡Ay de mí, –
exclamé yo. No era para menos – cuán limitada queda mi vida, Cotouto !
Lo sé, amigo mío, lo sé. Pero no
te queda más que llevar tu mal con resignación, – me dijo – o acabarás reptando como una vil culebra. Y
ahora vete, Agostiño, que tengo una sesión de ouija
-
¿Y… no ha
consultado con otro especialista? Tal vez… – dijo mi cuñado
-
Eso sería una
perdida de tiempo y dinero. Ya le he
dicho que Cotouto es un hombre eminente, no sólo como terapeuta, sino también como
medium espiritista y augur.
-
Ya… No, yo…,
bueno, lo decía por tener una segunda opinión.
-
Le agradezco su
consejo, pero la vida hay que aceptarla como viene. Entereza y resignación, esas
son las claves. Eso sí, le ruego que jamás me tiente de nuevo a cavar, no me
vaya a coger usted en un momento de debilidad y sucumba.
-
No creo que sucumba. Se le nota a usted a la
legua que es uno de esos hombres de gran voluntad que no sucumben fácilmente a
las tentaciones.
-
Gracias por su
confianza. Pero como dijo Oscar Wilde al respecto
-
¿Qué dijo Oscar
Wilde?
-
¿Usted tampoco lo sabe? Le tenía por más
culto.
-
No se ofenda,
pero lo que sí sé es que, al parecer, el trabajo morrocotudo y agorador, me
tocará trajinarmelo solo. ¡Menudo socio me he buscado!
-
No, si no me
ofendo. Ya me advirtió y predijo certeramente mi buen doctor y augur Cotouto, que debía
estar emocionalmente preparado para soportar la burla, la lástima y la incomprensión
de mis congéneres. Y lo estoy ¡Vaya si lo estoy!
-
Ya, ya
-
No obstante,
cuente conmigo para el resto de trabajos. Y, sobre todo, no escatimaré esfuerzo
para ofrecerle aliento y motivación cuando sus fuerzas y ánimos decaigan.
-
Ya
Aquella jornada, sin haber
ahondado siquiera los cuarenta centímetros, mi cuñado se hallaba tan casado,
que ni cenó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario