sábado, 11 de octubre de 2014

                                           LAS MONARQUÍAS

                                               CAPÍTULO VI

                                 COTOUTO: DOCTOR Y AUGUR


Al día siguiente, sea por lo que fuere, si por la nueva sociedad, la conjunción astral que liberara las fuerzas rabdicas, o la caprichosa suerte,  tan esquiva casi siempre, pero que en ocasiones se muestra piadosa con los desventurados, (¡Ay, menos mal!) e incluso a veces se recrea con alguien, como le ocurrió a ese pobre presidente de la diputación de Valencia, de estampa fascistoide que le ha tocado la lotería siete veces.

El caso fue que la varita de Agostiño, de súbito, (¡Lo que son las cosas!) comenzó a vibrar como azotada por un huracán (Es un decir)

-         ¡Aquí! ¡Aquí! – gritó entusiasmado y fuera de sí por la alegría.

Mi cuñado, que vagaba de aquí para allá calculando lo que podría costar la restauración de cobertizo para los pollos, acudió a su llamada. Cuando llegó a su lado, Agostiño giraba sobre sí mismo como un olímpico lanzador de martillo tratando de sujetar la enloquecida varita de avellano.

-         ¡Aquí, pinche  aquí!
-         ¿Estás seguro, Agostiño?

Éste, tras un denodado esfuerzo pudo romper el círculo de atracción que tan persistentemente describía la varita de avellano

-         ¡Que si estoy seguro, dice! Aquí abajo, amigo mío, hay un océano. Se lo digo yo: un verdadero océano
-         ¿En Guadalajara, un océano?
-         Lo dicho

A riesgo de parecer reiterativo, reitero (¿Lo ven?) mi admiración sin ambages por mi cuñado. No sólo por su  espíritu emprendedor inmune al desaliento (Salvo excepciones) sino también por sus convicciones, pues, aún siendo persona abierta a las nuevas tecnologías, como ya hemos reflejado, jamás olvida los modos de los viejos oficios. Siendo así, un gran defensor de la artesanía.

Consecuentemente, tras pertrecharse de las herramientas necesarias, ni corto ni perezoso, se puso a cavar a pico y pala – todo fuera por la artesanía – ante el obvio asombro y repeluco de Agostiño  

No habría cavado veinte centímetros de profundidad de metro y medio de diámetro, cuando en un descanso, preguntó:

-         Agostiño, ¿y no sabrías decirme a qué profundidad se halla el agua?
-         Hombre, eso la varita de avellano no lo dice. Pero quince o veinte metros de profundidad no se los quita a usted nadie.

Mi cuñado bajó la mirada y sopesó el esfuerzo realizado y lo escasamente ahondado. Luego, viendo a  Agostiño,  que sentado en un peñasco se rascaba la espada con la varita de avellano tuvo un mal presentimiento. Esto de los presentimientos o barruntos, es cosa de tener en cuenta. No deberíamos abusar de ellos. Y a veces, se abusa. Sobre todo el género femenino, tan dadas ellas a utilizar el sexto sentido. Quién no ha oído decir alguna vez a cualquier mujer: “Es que soy medio bruja”, cuando en realidad son, (Las más abusadoras de los presentimientos) unas ilusas o unas escépticas de tomo y lomo. Pero éste no era el caso de mi cuñado

-         Veinte metros – dijo – Tampoco es tanto, ¿verdad, Agostiño?

Éste no quiso ser pancista, por lo que optó por el eclecticismo, que siempre queda mejor:
-         Depende.

Mi cuñado no preguntó de qué dependía, no fuera que con la respuesta perdiera motivación. Lujo que no podían permitirse.

-         Ahondando un metro cada día, en veinte días tenemos agua

Matemáticamente, en este particular caso,  mi cuñado hiló fino, eso hay que reconocérselo. Agostiño no hizo el menor comentario. Parecía distraído, mirando ora el suelo que pisaba, ora la línea del horizonte, como si no supiera dónde fijar la mirada. Aunque cualquiera, sin ser en extremo malpensado, hubiera dicho que evitaba la mirada de mi cuñado. Como aquel alumno que mira aquí y allá para que el profesor no le saque a la pizarra

 De pronto, muy reconcentrado, comenzó a filtrar aire entre el colmillo y el premolar como tratando de deshacerse de un enervante resto de comida: ¡Phsiiss! ¡Phsiis! ¡Phiiss!, al tiempo que utilizaba la lengua como escarbadientes.

-         Picando… – empezó a decir mi cuñado
-         ¡Phsiiss! ¡Phsiis!
-         …todos los días…
-         ¡Phsiiss! ¡Phsiis! 
-         ….entre los dos…
-         ¡Phsiiss! ¡Phsiis! ¡Phiiss!  
Agostiño, de continuar con el  ¡Phiiss! ¡Phsiis!, se acabaría dejando la lengua en carne viva. Por lo que mi cuñado subió el gallo:
-         ¡Agostiño!
-         Qué
-         Que digo, que picando los dos…
-         ¿Qué? – exclamó Agostiño como si hubiera oído  el mayor despropósito de su vida. Luego tragó saliva, al coleto, y continuó: – ¿Qué pique, yo?

Agostiño, cuando súbitamente se encuentra entre la espada y la pared, por así decirlo, o se halla en la necesidad de improvisar una explicación o respuesta, su mente entra tal que en trance mismamente y suelta lo primero le viene a la cabeza.

-         ¿Se ha vuelto loco? – siguió diciendo –   ¿Acaso desea que acabe en una sillita de ruedas?
-         Hombre, yo… – dijo mi cuñado sorprendido arrugando el entrecejo
-         ¡Picar! ¿Yo? ¡Ojalá! ¡Fíjese lo que le digo, ojalá!
-         Ya me fijo, ya – dijo mi cuñado, que en trances y raptos hipnóticos era un experto.
-         ¡Oh, desventura la mía, qué más quisiera yo que poder cavar a pico y pala la dura o blanda tierra! – añadió de pronto Agostiño con una entonación que ya hubiera querido para sí el mejor actor de tragedias griegas
-         ¿Estás seguro, Agostiño?
-         ¿Lo duda usted? ¡Oh, mundo ruin!
-         ¿Mundo qué?
-         Mundo ruin
-         Perdone, es que no le había entendido
-         Hurga usted, sin quererlo, pero hurga, en mi dolor, en el triste final que me espera de no poder vencer la poderosa tentación de cavar o ejercer el noble oficio de estibador de puertos. ¡Dios me de fuerza para ello! 
-         Ya, ya…
-         ¡Cuán cruel puede ser la ignorancia! La suya en este caso. Pues no sabe cuán sufro por este raquítico espinazo mío, mal formado de vértebras tuertas cual zeta, y tiesas cual… – bueno, lo que sea, pero muy tiesas –  o como dijera más científicamente  mi amigo, mi paisano y mi terapista, el insigne doctor  y augur Catoute: desalineadas e inflexibles.
-         ¿Doctor qué?
-         Catouto
-         Ah, pues sí, había entendido bien.
-         ¡Por ti y por tus seres más queridos, Agostiño! – me ha  implorado mil veces Cotouto:  ¡En jamás de los jamases cojas con tus manos mango de azadón, mazo, pala, pico o zapapico! ¡Jamás! Ni siquiera un simple escabuche. ¿Ni siquiera un escabuche? – respondí yo con el ánimo abatido, destrozado. –   ¡Ni siquiera! –  repuso él vehemente – que a la tentación la pintan calva y no serías el primero que empieza con un inofensivo escabuche y acaba dándose al pico. Ah, ni cargues – me remarcó –  sobre tu espalda maltrecha nada que supere el peso de un chambergo.  ¡Ay de mí, – exclamé yo. No era para menos –   cuán limitada queda mi vida,  Cotouto !  Lo sé, amigo mío, lo sé.  Pero no te queda más que llevar tu mal con resignación, – me dijo –  o acabarás reptando como una vil culebra. Y ahora vete, Agostiño, que tengo una sesión de ouija
-         ¿Y… no ha consultado con otro especialista? Tal vez… – dijo mi cuñado
-         Eso sería una perdida de tiempo y dinero.  Ya le he dicho que Cotouto es un hombre eminente, no sólo como terapeuta, sino también como medium espiritista y augur.
-         Ya… No, yo…, bueno, lo decía por tener una segunda opinión.  
-         Le agradezco su consejo, pero la vida hay que aceptarla como viene. Entereza y resignación, esas son las claves. Eso sí, le ruego que jamás me tiente de nuevo a cavar, no me vaya a coger usted en un momento de debilidad y sucumba.
-          No creo que sucumba. Se le nota a usted a la legua que es uno de esos hombres de gran voluntad que no sucumben fácilmente a las tentaciones.
-         Gracias por su confianza. Pero como dijo Oscar Wilde al respecto
-         ¿Qué dijo Oscar Wilde?
-          ¿Usted tampoco lo sabe? Le tenía por más culto.
-         No se ofenda, pero lo que sí sé es que, al parecer, el trabajo morrocotudo y agorador, me tocará trajinarmelo solo. ¡Menudo socio me he buscado!
-         No, si no me ofendo. Ya me advirtió y predijo certeramente  mi buen doctor y augur Cotouto, que debía estar emocionalmente preparado para soportar la burla, la lástima y la incomprensión de mis congéneres. Y lo estoy ¡Vaya si lo estoy! 
-         Ya, ya
-         No obstante, cuente conmigo para el resto de trabajos. Y, sobre todo, no escatimaré esfuerzo para ofrecerle aliento y motivación cuando sus fuerzas y ánimos decaigan.
-         Ya

Aquella jornada, sin haber ahondado siquiera los cuarenta centímetros, mi cuñado se hallaba tan casado, que ni cenó.  





No hay comentarios:

Publicar un comentario