viernes, 20 de febrero de 2015

NADA QUE DECIR

                                 

Aquella noche había dormido en un hotel. Cuando llegué, Isabel, mi mujer, me abrió la puerta, me saludó sin más, y me dirigí en silencio al que, hasta esa noche había sido mi dormitorio. Mi casa


Detrás de mi oí a Isabel que entraba en la cocina. 

Sabía que estaban allí las tres esperándome para despedirnos. Podía oírlas  murmurar desde la habitación, a Esther y a su madre; María era demasiado pequeña.


 Sé que cometí un error, un desliz estúpido del que me arrepentí nada más consumarlo. También sé que hice todo lo posible por arreglar las cosas  con mi mujer, pero no pude.


Al final lo único que  conseguí…, que conseguimos, fue convertir aquella casa en una casa de locos. Pero ya todo había terminado. Se acabaron los gritos, las acusaciones, los interminables reproches. Únicamente quedaba despedirse.    


Saqué la maleta y la abrí sobre la cama. Metí en ella la ropa suficiente para  varios días y luego  fui al salón, cogí algunos libros y los metí junto a una fotografía de los cuatro que estaba sobre la cómoda y que me gustaba especialmente. Apenas nada   

Cerré la maleta y me dirigí a la cocina. Esperé unos instantes antes de abrir la puerta. Era sencillo, sólo tenía que entrar, decir algo y marcharme.


Cuando abrí, María, la pequeña, estaba sentada a la mesa, tenía los brazos cruzados sobre la misma y la cabeza apoyada en ellos, refugiada en su niñez. Eché de menos que no viniera a abrazarme.

Esther, la mayor, a su lado, se mantenía erguida con la mirada perdida en la pared. E Isabel, mi mujer, se apoyaba de espaldas en el fregadero de cara a la puerta.

Entré y dejé la maleta en el suelo. Ella, mi mujer vino hacia mi y me rodeó el cuello con sus brazos. Parecía a punto de llorar.  No dijo nada.
-         Bueno, se acabó- dije. Fui hacia María y la besé en la cabeza. Ni siquiera se movió – Adiós, cielo.

Luego miré a Esther y aún en su rostro  grave y crispado de adolescente recordé la niña que había sido.

Cogí de nuevo la maleta y dije a Isabel:

-         Mandaré a alguien para  que recoja el resto de mis cosas.

Ella asintió con la cabeza, acongojada

-         Te telefonearé - añadí
-         Sí, hazlo – dijo ella – No te olvides

-         ¡Vete ya! – gritó Esther de pronto –   ¡Vete de una vez!

Ella nunca me perdonó.

Me giré y me quedé mirándolas unos instantes. Y sin saber por qué, volví a dejar la maleta en el suelo. No debí hacerlo. Fue un error. Quería decir algo. Pero me quedé allí de pie mirándolas sin saber qué decir. No me salían las palabras, el caso era que ni siquiera existían en mi cabeza. Me hubiera gustado decir cualquier cosa, no sé, algo, pero… no tenía nada que decir…, nada


No hay comentarios:

Publicar un comentario